viernes, 28 de enero de 2011

Continuación de la lectura del libro Telón en los Juegos Olímpicos

Continuación del cuento. Segundo capítulo, Telón y Duris.

Porque yo nací y he vivido siempre en Heraclea, una ciudad que está a unos cincuenta estadios de Olimpia. Y ya os he hablado algo de su río, su fuente y del bosque donde yo jugaba de niño. Y sabéis también que me llamo Telón y tengo doce años. Pero lo importante, y lo que os quiero contar, es lo de los Juegos Olímpicos. No es que las cosas cambiaran de repente: yo seguí mi vida normal. Lo que cambió fue que me harté de ser el pachucho y el pequeñajo Telón y quise, por encima de todo, crecer y ser fuerte. También me pasó que nació mi hermana Cinisca, que acaparaba la atención de mi madre, y yo, en cambio, pasaba más tiempo con chicos de mi edad y no podía aceptar ser el más flojo de todos. Pero, al principio, no podía ni imaginarme que algún día iría a las Olimpiadas, no a verlas, sino a competir en ellas. Aunque la verdad es que cada vez me gustaba más hablar de los Juegos y buscaba a los más viejos del pueblo para que me contaran cosas sobre los atletas famosos y cómo se habían entrenado. Me sabía al dedillo todo sobre las distintas pruebas en las que se podía participar: carreras de carros y caballos, pentatlón, carrera a pie, lucha libre, pugilato y pancracio. Mi padre era un campesino grande y fuerte, y me ayudó mucho para que yo mejorara físicamente. "¡Venga, Telón!", me decía, vamos a llevar el arado juntos. Y yo me ponía a su lado, en el campo, y lo sujetaba con todas mis fuerzas. "¡Vamos, Telón!", coge esas piedras y llévatelas bien lejos para que no tropiece la reja del arado. Y yo cogía las piedras y las amontonaba en el lindero del sembrado, bien apiladas. "¡Ánimo, Telón!", cuando acabemos de trabajar iremos juntos al río, que hoy hace mucho calor. Y allá que nos íbamos a nadar durante un buen rato. "¡Telón, corre tras esa liebre!" Y se reía, porque yo nunca las alcanzaba.
Y así, poco a poco, descubrí que había crecido. Y que era más fuerte y resistente. Y que me gustaba, sobre todo correr. Y todo lo hacía a la carrera. Me levantaba al amanecer, iba a buscar a mi amigo Duris y, juntos, corríamos desnudos y descalzos por el bosque de pinos donde, cuando éramos pequeños, jugábamos con los demás chicos del pueblo. Duris era un poco mayor que yo, y más fuerte, y era un poco peleón. Por menos de nada se enzarzaba con quien fuera, sin importarle que fuese más grande. Y casi siempre ganaba. Pero también era un buenazo, y más de una vez, siendo críos, había repartido tortazos por defenderme si alguien se reía de mí. Pero yo lo ganaba corriendo. "¡Telooón!", me gritaba cuando yo me adelantaba mucho."¡Espérame!" Y yo me paraba y me sentaba en el suelo. Pero, cuando ya iba a alcanzarme, me levantaba de un salto, le hacía burla, y echaba a correr otra vez. Y así hasta que, agotados los dos, nos tumbábamos mirando al cielo, muertos de risa. Éramos los mejores amigos del mundo y nos gustaba hacer juntos las mismas cosas. Yo admiraba su fuerza y energía y lo alegre que estaba siempre. Y él se pasmaba de mi velocidad y resistencia en la carrera y le encantaba que yo le contara todo lo que sabía de los Juegos de Olimpia. Los demás chicos de Heraclea también hacían ejercicios como nosotros y competíamos a veces, todos juntos, para ver quién era el mejor. Cada día íbamos al gimnasio y practicábamos la carrera, el lanzamiento de disco y de la jabalina. También íbamos a la palestra y allí nos entrenábamos en la lucha, el pugilato y el salto. En realidad, todos los chicos hacíamos, más o menos, las mismas cosas, y nuestra vida era muy parecida. Pero además, Duris y yo nos buscábamos todos los días al amanecer. Y ése era un rato sólo nuestro, que no compartíamos con nadie más, porque nuestra amistad era algo especial. Y así pasaba el tiempo.
Un día llegaron a la plaza de Heracles tres heraldos que anunciaron la convocatoria de las próximas Olimpiadas. La ciudad entera se había congregado allí y aguardaba expectante, aunque todo el mundo se sabía de memoria las palabras que iban a decir los mensajeros, porque siempre eran las mismas. Lo único que variaba era la fecha en que se iban a celebrar los Juegos, que podía ser entre mediados de agosto y mediados de septiembre. El resto se repetía cada vez que se celebraban unos Juegos. Y siempre se acababa con las condiciones que debían cumplir los que quisieran participar, y el mensajero decía entonces con voz solemne: "En los Juegos puede participar cualquier ciudadano griego, nacido en la libertad, que no tenga mancha de ningún crimen y que no lleve la maldición de los dioses. Que el mundo se vea libre de asesinatos y crímenes y que cese el ruido de las armas." Esto quería decir que durante tres meses debía haber paz en toda Grecia, y si había guerra en algún sitio se paraba. Porque los Juegos eran mucho más importantes que cualquier guerra. Y así, la gente podía acudir tan tranquila desde el sitio más lejano, sin tener problemas en el viaje. Y esto era así desde siempre, porque los Juegos son una fiesta para todos los griegos, y todos los griegos respetan la tregua. Y yo sé que durante la guerra contra el gran rey, en la que peleó mi padre, los medos, que no son griegos, no hicieron caso y atacaron. Pero incluso entonces, mientras duraba la lucha, en Olimpia hubo Juegos, y esto sorprendió mucho a los medos que luchaban en el ejército del gran rey, pero es que ellos no entendían que, para un griego, como yo, lo primero son los Juegos, y lo primero es lo primero.
Bueno, el caso es que Duris y yo escuchamos a los heraldos, y cuando éstos acabaron de hablar los miramos y, sin decir nada, supimos que los dos pensábamos lo mismo: ¡Daríamos cualquier cosa por ir a Olimpia y competir en las pruebas! Yo estaba convencido de que mi amigo podía vencer en la lucha al más fuerte. Y Duris pensaba que nadie en el mundo era más veloz que yo corriendo. Pero lo de menos era lo que pensáramos ambos. Lo importante era lo que pensaran nuestros padres. Porque nosotros sólo podíamos participar en los Juegos de muchachos, que eran para los que tenían menos de dieciocho años. Luego, estaban los Juegos de los mayores de edad, que iban si querían y no necesitaban el permiso de nadie y competían entre ellos aparte. Pero, nosotros, por ser aún pequeños, debíamos ir acompañados por algún familiar mayor. Además, una cosa era querer participar y otra conseguir hacerlo, porque una vez en Olimpia muchos eran eliminados y sólo competían realmente unos pocos, los mejores de todos los aspirantes. Y Duris y yo éramos buenos, cada uno en lo nuestro, pero también debía haber otros muy buenos en cualquier otro pueblo o ciudad de Grecia. De modo que, conteniendo nuestros nervios, antes de hacer nada, nos fuimos como siempre al bosque y nos sentamos entre los árboles, dispuestos a charlar durante un buen rato.
"Veamos", me dijo Duris, "¿Qué hay que hacer para poder participar en los Juegos de muchachos?" Yo me sabía al dedillo la respuesta y sabía que Duris también se la sabía, porque acabábamos de oír a los tres heraldos, que lo habían dicho y, además habíamos hablado mil veces de las Olimpiadas. Lo que pasa es que él era así. A veces preguntaba cosas porque le gustaba escuchar cómo le contestaba yo, y al final siempre estábamos de acuerdo en todo. Pero esta vez era importante y los dos estábamos muy serios. "Tenemos que entrenarnos aquí, en Heraclea, con un maestro durante diez meses", le contesté yo. "Así deben hacerlo todos, cada uno en su ciudad. Después, otro mes más de entrenamiento, ya todos juntos en la misma ciudad, en Elis, junto a Olimipia, justo antes de que comiencen los Juegos. "Primer problema", comentó Duris, fruciendo el ceño. "Mi padre quizá no tenga el dinero suficiente para que yo me entrene durante un mes en Elis. "Nada de eso", le respondí. "Si tu padre no puede pagar tus lecciones de entrenamiento, sólo hay que conseguir que alguien del pueblo, que sea más rico, las pague. Y para convencerlo, le demuestras lo fuerte que eres y así verá que vas a ganar."
"Tú sabes", añadí, porque él seguía callado, escuchándome, "que tenemos la ventaja de vivir muy cerca de Olimpia, y así nos ahorramos el gasto del viaje. Además, si ganamos, vamos a ser famosos en toda Grecia para siempre, pero también lo será nuestra ciudad, y se alegrarán de habernos ayudado. Duris me miraba, mientras yo hablaba tan convencido de lo fácil que iba a ser todo, aunque, en el fondo, no estaba muy seguro. Sin embargo, era verdad que yo había oído hablar de mecenas ricos que estaban dispuestos a ayudar a los jóvenes, pensando en el honor que, si ganaban, recaería sobre toda la ciudad. Seguíamos allí sentados, hablando, durante un buen rato. En cualquier caso, daba igual. La decisión no era nuestra sino de nuestros padres. Por eso, finalmente, regresamos cada uno a nuestra casa.
En toda la ciudad se comentaba el anuncio de los próximos Juegos y se mencionaban los nombres de los que mejor podrían representarla. Duris se entretuvo charlando entre los corros de gente que llenaban las calles. Pero y me fui directamentee a buscar a mi padre y lo encontré precisamente reunido, junto con otros padres, hablando con los maestros que nos enseñaban en el gimnasio y la palestra. Cuando yo llegué, ya estaba todo decidido: serían los maestros quienes elegirían a los mejores chicos, y doa la ciudad colaboraría para que pudieran ir a Olimpia y participar en los Juegos, fuera quien fuera el escogido. Y esto era justo, porque los maestros nos conocián bien, ya que nos adiestraban a diario y nos se dejarían llevar por preferencias personales. Simplemente elegirían al mejor.
Fin del segundo capítulo.
Vocabulario:
Estadio: Es una medida de longitud que equivale a 125 pasos, es decir, unos 200 metros. También se llamaba así al lugar de esa longitud donde se ejercitaban los hombres y los caballos para las carreras y la lucha.
Pentatlón: Conjunto de cinco pruebas atléticas procedente de los antiguos griegos que actualmente consiste en 200 y 1500 metros lisos, salto de longitud, lanzamiento de disco y jabalina.
Pugilato: Modalidad deportiva de la Grecia Antigua muy próxima al boxeo actual.
Pancracio: Era una competición de los Juegos Olímpicos antiguos combinación de boxeo y lucha.
Palestra: Lugar donde los griegos se entrenaban para competir en la lucha.
Heraldos: Personas encargadas de anunciar algo importante.
Medos: Habitantes de Media, una región de Asia.
Mecenas: Persona rica que ayudaba a los artistas o, en este caso, a los atletas.
Ejercicios:
Contesta a las siguientes cuestiones:
1. ¿Eran los Juegos Olímpicos muy importantes para los griegos? ¿Por qué?
2. ¿Todas las personas podían competir en los Juegos Olímpicos?
3. ¿En qué modalidad deportiva era mejor Telón? ¿Y su amigo Duris?

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